Quizás hice esta reflexión en algún momento, pero como preparo mi examen de mañana de Literatura me sale del alma comentarlo de nuevo.

Me encanta estudiar autores. A pesar de que será raro que termine alguna de las lecturas que me mandan, y a pesar de que alguno que otro es un pelín infumable, me encanta. Me encanta que me cuenten a que viene esta historia, a que viene ese capítulo, a que viene esa frase y a que viene esa palabra.

Es maravilloso ver como James Joyce se adentra en la mente de su personaje, a pesar de que logra crear un texto tan incomprensible. Es increíble como lo que parece una nota en la nevera realmente no lo es. Y descubrir en significado oculto de las palabras modernistas y románticas en Rubén Darío y Bécquer. Averiguar porque la princesa tiene la boca de fresa, porque las oscuras golondrinas volverán.

Cada uno busca la forma de salir, de resurgir entre las palabras, de ser alguien, de nacer, de expresarse. No soporto a Galdós, pero ese hombre tenía un millón de cosas que decir, y las juntaba todas en descripciones infinitas, que creaban el ambiente perfecto. El Quijote es tremendamente largo y pesado, pero Cervantes caricaturizó cosas que aún hoy están vigentes. Detesto que se crea que la rima es algo calculado, cuando sale del corazón. Las metáforas son como secretos del alma que deseamos gritar a viva voz, pero no podemos hacerlo, quizás porque son demasiado íntimos o quizás porque son censurables. Y no hay cosa más mágica, que desvelar un tesoro oculto desde hace más de 100 años... Pero eso, es otra historia.