Tiana y el Príncipe

Había oído tantas halagos para "Tiana y el sapo" que me moría por saber si realmente Disney iba a dejar de estafar a las niñas realmente, o lo de la princesa independiente era una artimaña publicitaria. Segundos después de terminar la película, os voy a lanzar el spoiler y la realidad: una vez más, Disney enseña la lección equivocada.

No sé quién es el genio que se creía que el error de las películas Disney era decirle a las niñas que el único objetivo en la vida debía ser casarse con un príncipe. No digo que no sea ese el error, pero es que hay mucho más junto a esa idea y todo ese mucho más está aún en Tiana. Es una princesa pobre con sueños, lucha por ellos, cree que el trabajo es lo esencial y no está interesada en buscar marido como su antagonista (Lottie), pero, la moraleja de la historia es: lo que necesitas, no es lo que quieres, lo que quieres es un restaurante, lo que necesitas es UN PRÍNCIPE. Tiana se casa con el príncipe (que por cierto de la noche a la mañana pasa de mujeriego a enamorado, otra terrible lección para las niñas: enamórale y cambiará) y únicamente consigue su restaurante cuando se ha casado y él (aquel tipo vago que no sabe mi picar una seta) la ayuda.

Dejarme que me ría. La princesa será negra (tras 45 años desde la aprobación de los derechos de los negros en EE.UU. creo que ya era hora, no celebremos algo que llega MUY tarde), la princesa querrá un restaurante y la princesa querrá trabajar, pero la realidad es que hasta que no tiene al príncipe no logra nada de eso y que todo el mundo la dice que debe tener un príncipe a su lado. Me siento tan estafada. Nada cambia en este mundo de valores superfluos e irreales, las niñas seguirán muriendo por un príncipe, sin saber que los príncipes no existen.

Crónica de una película

"Es como el psicópata que me susurra al oído, no me dice nada pero descubre todo. Me siento en El Silencio de los Corderos, con aquella famosa frase de susurrante locura ‹‹Buenas noches, Clarice››. Me siento Clarice"

Ella no pudo evitar reírse. Clarice. Clarice fuerte, Clarice valiente, Clarice maduro, Clarice vestido de negro. Él también sabía que todo aquello era una tontería, pero en su interior tenía terror. Las cosas habían perdido el sentido hace mucho y cada vez se tornaban más absurdas, pero sobretodo más dementes.

En la peor de las situaciones todo le daba igual. A veces sentía que tenía muy poco que perder. Ni siquiera la princesa terminaba de ser su princesa, ni el proyecto de castillo encontraba sus ladrillos. Quería una y mil cosas y no iba en camino hacia ninguna. Pero una vez más, eso no era novedad. Quizás por eso no importaba si Hannibal aparecía y directamente se lo comía.

El problema era que el morbo no se encontraba en comerse a Clarice, sino en que dejara de sonreír. Y lo lograba, por algo ahora aquellos ojos aterrorizado miraba. La princesa, que no le dejaba catar su boca de fresa, soltó una maléfica carcajada y quitó fuerza a sus palabras. Él se quitó el vestido de Clarice y dejó de discutir. ¿Por qué sentía que le quedaban mil batallas peores en su vida? "¿Peores? Oh, Hannibal, acaba con esta agonía".

Orgía Brontiana

A pesar de los miles (bueno, igual exagero) de libros que me han mandado leer en mi maravillosa y protofantástica carrera de filóloga inglesa, tuvo que llegar Jane Eyre, las ganas de desconectar y un estilo literario terriblemente adictivo (el de Charlotte Brontë) para que yo lea, de principio a fin, una lectura obligatoria de la facultad. Y no ha sido fácil, ¿eh? El librito se las trae de largo. Que nadie se llame a engaño creyendo que me lo he leído en inglés, eso ya es mucho pedir para semejante novela y mente perezosa.

Bueno, iba yo a hablar del libro. Es increíble como una historia tan llena de paja, represión y buenas maneras enganche tanto. Será que siempre está pasando algo, será ese punto de misterio que aparece a mediados de libro o serán las ganas de saber que le sucede a un personaje tan complejo y a la vez tan tonto, pero el libro se deja leer. Empiezan aquí los spoilers (aunque muy lights).

Jane, muchacha rebelde e incomprendida, acaba siendo mujer estricta consigo misma, de principios románticos (y, aunque parezca contradictorio, religiosos y morales) hasta la médula pero sin perder las ansias de libertad infantil. Vivir los diez años de un personaje maltratado por el destino, pero a la vez tan estoico y resignado, hace reflexionar sobre que clase de orgía imaginativa y filosófica vivieron las hermanas Brontë.

El caos moral, amoroso y social que se presenta tanto en Jane Eyre como en Cumbres Borrascosas (de Emily Brontë) no deja lugar al análisis de detalles estilísticos (las escenas góticas, los paisajes naturales, las eternas descripciones o los diálogos absurdos -gran defecto de Jane Eyre, muchos diálogos no tienen ni pies ni cabeza-). Las Brontë o veían telenovelas mexicanas (wtf?) o habían visto más mundo del que aparentaban.