Todo estaba negro. Cuando apareció parecía ser bueno. El fuego da calor, el fuego trae emoción. Pero en el frío de la noche, se congelan troncos de árboles. Nada se ve entre la eterna ceniza negra y una enorme luna nueva. En la oscuridad no hay orientación. El bosque no sabe si quiere ser bosque o ya no. Recuerda cuando era verde, recuerda cuando tuvo nieve. Una culebra traviesa, por él corretea, en busca de un cobijo que se deshizo. Ardió, como arde un alma tras malas palabras. Demasiadas veces, fue prendido el fuego, locos vengativos lo dejaron destruido. Se muere por dentro, se mueren raíces, se mueren conejos. Y tras el fuego el horror, el horror de morir una vez más, de tener que tener que volver a germinar.

Bajo las cenizas, asoman brotes de vida, pero el destino no desea esa salida. Las nubes violentas lloran la pérdida, y sus ríos de agua arrastran las pequeñas plantas. Quiere el bosque volverse desierto, prefiere no ser nada a ser tristes matas una y otra vez asesinadas. Cien años siendo algo, qué difícil será cambiarlo. El cielo encapotado, le mira desalmado. Todo está cambiando.