Da igual que sea invierno o verano, que yo al salir de la ducha debo tener puesta la estufa. Salgo tiritando, y no hay cosa que ame más en ese momento que el runrún que emite ese mágico aparato cuyo aire caliente me produce escalofríos.

La chimenea no la puedo poner yo, así que en verano no la tengo, pero da igual, porque en invierno no hay nada mejor que poner la nariz contra la salida de un viento que arde y devuelve el sentido a todo aquello que tengo congelado. Aunque sea la parte más profunda de mi alma.

Pero el viento que de verdad me lleva, el que me inspira, es el frío y helador que entre las calles me arrastra, diciéndome que no, que no me pare nunca, que pararse es de cobardes. Y al correr en busca de mi ya perdido tren, me golpea la cara, porque ahora ha cambiado de opinión, y no quiere que me vaya.

¡Qué sería de mi primavera sin su brisa eterna, sin su soplido dulce que cura mis calurosas penas!