Primero de todo, mil disculpas por esta ausencia de 11 días, a veces una no sabe donde está su propia cabeza.

A estas alturas del día, todos sabréis que es el día internacional del libro, y si sois un poco curiosos también sabréis que se celebra hoy en conmemoración de la muerte de dos de los grandes escritores de la historia, Shakespeare y Cervantes. Aunque no es precisamente la historia que yo os quería contar. Ya me he confesado amante de los libros, pero es algo que no termino a comprender cómo llegó a suceder. Lo que sí creo que sé, es como llegue a hacerme amante del día del libro.

Mi primer recuerdo de este día se remonta a mis siete años, cuando mi profesor de Estudio (esa ociosa alternativa a Religión) vino con un ramo de claveles a clase, al preguntarnos la causa, nos contestó que era Sant Jordi y que eran para su mujer. Cuando mi padre apareció a buscarme, le pregunté por eso y me explicó que además de Sant Jordi era el día del libro y me regaló uno, que si no me falla la memoria mal era una de las ediciones de tapa dura de los cómics de Astérix.

Desde entonces y hasta hoy (que me da la sensación de que se le ha olvidado) todos los 23 de Abril nos ha regalado un libro a mi madre, a mi hermano y a mí. Mi siguiente recuerdo del día del libro, avanza tres años, hasta los nueve, donde para celebrarlo escribí mi primer poema, y lo fui repartiendo a todo el que encontraba.

En mi instituto se celebraba con fervor el día del libro con una lectura del Quijote (en la que me encantaba participar), una feria del libro (donde pasaba recreos poniendo los dientes largos a todo lo que veía) y un concurso literario (al que nunca dejé de presentarme, pero sólo gané una vez).

Ahora, soy yo la que no puedo evitar moverme para que este día maravilloso se celebre, para que apreciemos la literatura como un maravilloso bien fácilmente accesible a todos (que para algo hay bibliotecas), testigo de lo que somos y de lo que fuimos.