Siempre he admirado a aquellos que escriben historias tan largas como para crear novelas. Yo, que tengo escaso tesón y un nulo don para la narración, les miro desde lejos, con envidia, con la ilusión de contar una historia, pero con la sensación de no saber por donde empezar.

Creo que es (en parte) cuestión de organización, de crear una estructura de capítulos, de saber con detalle que va a pasar en cada momento. Esa parte, quizás no me resultaría difícil, pero le veo un fallo. ¿Donde queda la improvisación? ¿Qué pasa si aún no tengo pensado el final? No lo puedo dejar al azar, necesito averiguar más.

Y digo que necesito averiguar más, porque tengo mi historia. Una historia inspirada en algo que me ató una y dos veces, una historia inspirada en aquello que imagino cada noche. Una historia con una escalera, una historia llena de historia. Una historia, que por cierto, necesita mucho trabajo, mucha búsqueda y muchas cosas que aún no le encontré.

Pero una vez me dijeron que yo siempre tengo lo que quiero, y aunque yo no diría siempre, si diría casi siempre. Por eso sé, que más tarde o más temprano, encontraré mi esquema, mi final y mi historia y que cuando lo tenga, ya sólo me faltará el hijo que no quiero tener para poder morirme en paz.