Este país tiene un problema. Se llama "querer mucho a la tierra" y "no quererla nada". Yo estoy en el grupo dos, pero os lo voy a explicar un poco mejor, para que los latinos dejen de preguntarse, porque rayos a algunos no nos gusta nuestra bandera y porque rayos nos importan a todos tanto las elecciones del País Vasco, que al fin y al cabo son elecciones para el gobierno de una región.

Hace muchos años (pero tampoco demasiados, y esto es importante), un dictador gobernó España, y gritó Viva España en cada acto, colocó la bandera de España en todos lados, e hizo, del amor a España, un sinónimo del amor a su régimen. Con el tiempo el dictador se murió, y llegó la democracia. Pero la democracia tenía la misma bandera y el mismo Viva España del dictador. Las heridas de esa dictadura aún están abiertas, y aquellos cercanos a las ideas franquistas aún entonan el Viva España y visten la bandera como la de sus propias ideas. ¿Cómo puedo así amar a mi bandera y a mi país, si personas cuyas ideas me parecen detestables han hecho suyos esos símbolos? No me sale, de verdad, no me sale. Si miro a mi bandera, sigo viendo ideas impuestas, dictadura y atraso. En ella no soy capaz de ver la democracia, la libertad y la tolerancia por la que se lucha aquí. Así pues, no soy española de corazón, ni estoy orgullosa de donde nací, porque creo que aún conservamos los símbolos y las ideas de un pasado al que no aprecio en nada.

Pero hay más. Como los indios americanos que protestan hoy por haber sido maltratados y censurados por sus colonizadores en el pasado, en España hay muchas culturas, historias y lenguas que un día se aplastaron para que la ya famosa bandera del ya famoso dictador fuera la única reinante. Por esa historia, por esa cultura y por esa lengua y por la independencia de estas, lucharon y luchan muchos, legal e ilegalmente, hasta el punto de matar, torturar y secuestrar por ello (y estoy hablando ahora, nos guste o no, del terrorismo). Curiosamente, algunas (y digo algunas, que no todas) de las regiones que reclaman derechos para su cultura son las más ricas del país. Y si juntamos dinero con ideas, represión con libertad y terrorismo con independencia, tenemos el cóctel para que trabajar con la política, y con ella con las leyes y con el sentimiento de España, sea como entrar a la cueva de ogro e intentar robarle el mazo sin despertarle. Algo que requiere de mucha delicadeza, negociación y uso de la ambigüedad de la palabra.

Tenemos partidos a los que les encanta España (y con ella la bandera y esas cosas de las que ya hablé); a los que no les gusta nada y se pasan la vida molestando (a estos les ilegalizan cada dos por tres); a los que les gusta su región y les importa un pie el resto (tanto así que sólo piden para ellos y al resto que les den); a los que les gusta tanto su región que tienen el sueño de separarse de España (y se creen que si se separan van a aguantar solitos, ¡ja!) y a los que prefieren no opinar muy alto porque se pegan a quien más les conviene en cada momento (estos son los míos). A todos estos, les tenemos metidos en el parlamento, pegándose por el dinero, las ideas, la libertad, la represión, el terrorismo y la independencia. Llevándose muy bien a ratos, y muy mal a otros ratos, pactando y rompiendo pactos, pidiendo, dando y quitando.

Y ayer; en la que sin duda es la región más región de todas, la que más se pelea por ser lo que es, por estar en España y por no estar, la que no termina aún de no tener muertos por la causa, la que ha llegado a generar hasta la división de un gran partido por no ponerse de acuerdo; ayer, pasó algo. El pueblo votó, y les dijo a quienes tanto ha querido alejarse de España, a quienes han gobernado desde siempre, que se acabó. Que les gusta su lengua, su cultura, su historia y su tierra, pero que también les gusta España. Han dado el voto a todos y a ninguno, y ahora más que nunca, toca llevarse bien, pactar, negociar y dar. Toca cambiar.