"Es como el psicópata que me susurra al oído, no me dice nada pero descubre todo. Me siento en El Silencio de los Corderos, con aquella famosa frase de susurrante locura ‹‹Buenas noches, Clarice››. Me siento Clarice"

Ella no pudo evitar reírse. Clarice. Clarice fuerte, Clarice valiente, Clarice maduro, Clarice vestido de negro. Él también sabía que todo aquello era una tontería, pero en su interior tenía terror. Las cosas habían perdido el sentido hace mucho y cada vez se tornaban más absurdas, pero sobretodo más dementes.

En la peor de las situaciones todo le daba igual. A veces sentía que tenía muy poco que perder. Ni siquiera la princesa terminaba de ser su princesa, ni el proyecto de castillo encontraba sus ladrillos. Quería una y mil cosas y no iba en camino hacia ninguna. Pero una vez más, eso no era novedad. Quizás por eso no importaba si Hannibal aparecía y directamente se lo comía.

El problema era que el morbo no se encontraba en comerse a Clarice, sino en que dejara de sonreír. Y lo lograba, por algo ahora aquellos ojos aterrorizado miraba. La princesa, que no le dejaba catar su boca de fresa, soltó una maléfica carcajada y quitó fuerza a sus palabras. Él se quitó el vestido de Clarice y dejó de discutir. ¿Por qué sentía que le quedaban mil batallas peores en su vida? "¿Peores? Oh, Hannibal, acaba con esta agonía".