El frío es terriblemente inspirador. Todo su negro observa a la princesa pelear con el viento. Como siempre, ella va ganando. Impasible a su pelo revuelto, a sus mejillas sonrojadas y al hielo que la recorre el cuerpo, su sonrisa no se mueve del sitio en medio de una corriente comparable a la del más grande de los ríos.

Las mayores desgracias se anuncian en su cabeza, el pesimismo como nunca le rodea. Pero en esa locura huracanal, todo da un poco igual. A veces poco importa el cuerpo, poco importan los sentimientos. Nada de eso es eterno, a pesar de que tantas veces así se le ha hecho. Cuando ve todo en riesgo, cuando se imagina violado, ultrajado y medio muerto, piensa en que lo único que no quiere perder son sus ideas. En que rogaría por salvar una libreta.

La princesa le mira con picardía, disfruta provocando a las mentes más sombrías. Pero en el fondo él sabe que ella es una de tantas suertes que le ha llegado a medias. Nunca fue hombre de castillos, a día de hoy se conforma con ser un honrado campesino. Plantará frambuesas y se conformará con saber que las disfruta ella.

Ojalá no pare el vendaval, se muere por echar a volar.