Ayer por la noche, como es habitual en mí, me vi una película. Y como es habitual en mí, era romántica.

Yo, como buena Chica Disney que soy (ese término que leí en algún lado y que define a aquellas que nos educamos en el amor con Disney, haciéndonos creer para toda la vida que existe el príncipe y demás tonterías), adoro las películas románticas. Esas en las que siempre hay un beso al final, y un montón de imposibles que se vuelven posibles: desapariciones de ex horribles, bodas canceladas, aviones parados, cosas imperdonables perdonadas... En definitiva, esas cosas con las que sueño yo por las noches, a pesar de que sé que solo pasan en las películas.

La de ayer no tenía una filosofía distinta, al final hay beso. Pero la historia comienza con una filosofía distinta. La chica, está prometida con un chico perfecto y ha escrito un libro, llamado Real Love (Amor Real). Su idea, la que presenta a todas sus oyentes a través de la radio, es que el amor romántico no existe, que los príncipes azules sólo están en Disney. Les aconseja que se acerquen a alguien responsable, generoso/a y que les comprenda; y que no se dejen llevar por amores fugaces y pasionales, porque sólo les traerán problemas. ¡Qué mujer tan sabia! Vale, vale, parece muy obvio... ¡Pero es que ella misma acaba dudando! No os contaré que decide, pero os diré que podéis bajarla aquí y que se llama The Accidental Husband (Marido por Sorpresa).

No termino yo aquí, porque ya era hora de que hablara del amor, y como me he puesto, pues ya terminaré. Creo en la pasión, en la atracción y en el deseo, creo en gran medida y los veo necesarios para el amor, pero no creo que el amor sea eso. El amor es trabajo. ¡Sí! Menuda teoría romántica. Pero uno aprende a amar poco a poco. Descubre alguien que desea, que le atrae, y dedica sus pensamientos a esa persona, hasta que, si resulta que realmente tienen cosas en común, la ama. Así, al menos amo yo. Me cuesta llegar a amar (que no querer), le tengo que poner ganas. Por desgracia, olvidar un amor me cuesta el triple. Es más, a veces dudo de que llegue a olvidar de verdad. Pero no es la historia.

No busco, no encuentro. Simplemente lucho. Lucho por salir del cuento, por olvidar a mi príncipe, por mirar al frente y por poder ver la realidad. Aunque a altas horas de la noche, el sueño me vence.