Además de "vivir" en un pueblo, vivo en un pueblo de la sierra madrileña. Esto es, que mientras los fines de semana yo me dedico a viajar hasta la capital (osease, la civilización) el resto de la población de la capital se dedica a subir a mi pueblo en busca del aire puro que no tiene Madrid. Sumando a que la carretera que lleva a mi casa es camino de procesión religiosa, ermita, parque, chalets y buenas vistas, salir un domingo se convierte en un reto.

La carretera está copada por los ciclistas, que llevo toda la vida pensando que son unos suicidas, porque que me cuenten a mi si no se pueden ir a pedalear a zona con más curvas y menos seguridad. Os aseguro que no son ni uno ni dos, un domingo por la mañana no he terminado de adelantar a uno cuando ya estoy viendo a otro.

La gente que camina por los laterales de la carretera tampoco se tiene mucho aprecio a si misma. Cruzan en donde menos visibilidad hay (el chiste es que un par de metros después tienen un paso de cebra) y van sin mirar y sin controlar al perro/niño/bicho irresponsable que traen consigo.

Por si fuera poco los coches tampoco van muy inspirados. Entre el abuelo que va haciendo zigzag porque no ve y el que juega al rally vete tu a saber porque puedes esperaste cualquier cosa. Sin olvidar a las estrellas del asfalto, quarks y motos, alias "molo y por eso voy como me place".

¿En serio los sábados por la noche son el punto negro de las carreteras? Será que los domingos por la mañana Dios escucha las misas, se siente culpable por tocarse tanto el pie y nos protege a todos un rato, porque sino no me lo explico.