El sonido penetrante del trueno le arropó. Hay personas que los temen, pero para él era una forma de anunciar luz en la oscuridad y agua en la cara. Era un aviso de algo encantador, que le atrapaba el corazón.

Se sintió afortunado por haber elegido el momento con tanto acierto y dio un familiar portazo que le introdujo en su blanca burbuja. Menos cuando cuando todo era estrés (e incluso así muchas veces también) aquello era un gran placer. Arrancar y ya.

A 120 km por hora ahora solo suena el viento. Ensordecedor y violento, no hace falta escuchar más. Aunque el frío ayuda y araña con locura, el ruido es el protagonista.

La autopista, como el cielo y como la vida es una infinita negrina. No acelera porque este en alguna carrera. Hace mucho que dejó la competición, vivir no consiste en una lista de cosas por hacer. Vivir consiste en correr por correr. Y a eso se dedica: a correr. Corre porque al correr solo corre, no hay más.

Es acelerar y acelerar. Morir de frío entre el tremendo ruido. No hay nada que pensar, ninguna razón para dar la vuelta, es todo vivir la pasión de la huida. La sociedad es una mentira por eso es maravilloso verla desaparecer en un coche que va deprisa.