An education me ha sabido a té con galletas de chocolate. A esa mezcla de tarde de verano tormentosa, donde no sabes si disfrutar del olor a lluvia o sufrir el calor sobre tu cabeza. Una mezcla fascinante de si y no decorada con estilo francés.

Carey Mulligan es toda la película. Su mirada limpia, brillante y delicadamente maquillada, su pelo ordenado o no, su cuerpo en cualquier uniforme o en el mejor vestido son escena tras escena lo que te emboba en la pantalla preguntándote, ¿se puede ser más bonita? Peter Sarsgaard hace su papel, seduce con sonrisa pícara y nos lleva a un viaje al que nadie diría que no, pues conquistar es su arte y ser conquistado un vicio.

El viaje se torna delicioso, hedónico, musical, artístico y literario y cumple nuestros más preciados sueños. Pero como siempre llega la hora de volver a casa y ella nada cambia. ¿Somos quizás un poco más sabios? Que los guionistas me permitan dudarlo en este caso.

Y no hay más. Creo que merece la pena verla por eso, por verla. Quitad el sonido cuando hablen, que más da lo que dicen sobre la responsabilidad, el esfuerzo, la vida y la pasión. Mirar a Jenny vivir (que no estudiar) es lo verdaderamente apasionante. El final no le importa a nadie.