Perdona todo lo que puedas, olvida solo cuando sea merecido.

Cada día nos hacen mil maldades, la mayoría, tan pequeñas como llegar tarde a una cita. Todas las debemos perdonar, porque no sirve de nada mantener un pulso contra todo el que tropieza con nosotros.

Pero en el fondo, quedan ahí. Esperando su momento, esperando a la siguiente cosa que suceda, atentas a formar una larga montaña de hechos sin sentido y justificación que cubren cualquier otra cosa digna de valor. Y entonces es cuando se descubre la realidad, y es que alguien nos está tomando el pelo, dicho finamente.

No es una actitud rencorosa, sino precavida. Perdonar debe ser fácil, olvidar es algo que hay que ganarse.