Cuando en primero de la ESO llegué al instituto, y nos dijeron que debíamos escoger delegado de clase, me hizo una ilusión tremenda. Yo siempre había querido ser delegada, será que llevo el cargo público en la sangre, quién sabe.

Pero como la vida es muy dura, no me escogieron. En segundo, me volví a presentar, y aunque nadie de mi clase quería ser delegado, se presentó el más macarra para fastidiar. Y adivinar, ganó. En tercero me volví a presentar, pero como había cambiado de clase salió otra chica a la que conocían más. En cuarto... no recuerdo muy bien que pasó en cuarto, pero desde luego me presenté y no salí. Y en primero de Bachillerato tampoco. En segundo, al fin me hice con el trofeo, pero porque a nadie más le interesaba. En Derecho me presenté a la elección informal, pero como estaba visto que no me comía una rosca, a la elección de verdad no me presenté. Y este año... me presenté, y como siempre, perdí.

El día que gané algo, no se podrá decir que tengo mal perder. O al menos, que no experiencia como perdedora.