Siempre me ha gustado leer. Empecé devorando todos los cómics que había en mi casa, la colección completa de Asterix y Obelix y la colección completa de Tintín. Luego, me dediqué a arruinar a mi madre comprando cada semana un libro naranja la colección de Barco de Vapor. Después llegó Harry, cuyas aventuras leí una y otra vez, hasta el día de hoy. Además, en el instituto me enamoré de las cosas que decía Dan Brown sobre la Iglesia, que para mí eran como la Biblia que buscaba y nadie me quería dar.

Que me obligaran a leer muchos clásicos me hizo sacar una conclusión muy clara de los autores más importantes del castellano. Son un muermazo. Lo siento, pero es así. Muchos se salvan. A pesar de que no llegué a leer entero El Quijote por muy obligatorio que fuera, y sólo lo medio leí entre resumen y resumen, me pareció una buena novela, y si, adelantada para su época. Pero no seré yo amante de las novelas hiperrealistas, aquellas de Galdós en las que todo era descrito por mil ángulos distintos, teniendo que avanzar páginas y páginas para que pasara algo relevante. Como le pasaba a Tolkien, que fue más fuerte que yo, lo mismito.

En cambio, con los poetas, me llevé una gran sorpresa. Amé a Rubén Darío y a su princesa, a Bécquer y a sus golondrinas, a Zorrilla y a su doña Inés, y a Machado, y a Lorca, y hasta a la orgásmica de Santa Teresa de Jesús. Fueron todos mi inspiración para escribir poemas de amor, de penas, de alegrías, del mundo, de la vida. Fueron ellos los que me enseñaron que hay un millón de formas de contar cosas, y que con metáforas, el mundo se ve mejor, aunque parezca lo contrario.

Cuando tenía 15 años, salió una colección de esas típicas de cada septiembre, en la que vendían libros de novelas románticas para mujeres jóvenes, de colores muy llamativos. La hice entera, leyéndola más o menos según salía (a libro por semana, y algunos no eran precisamente breves). Más de cuarenta libros con una trama muy similar, pero muy apasionante para una adolescente enamorada. Títulos que muchos tildarían de superfluos, como El diablo se viste de Prada (mucho antes de la película), El diario de Bridget Jones (la película ya estaba, pero yo no la había visto aún) o algunos mucho menos conocidos, como Sushi para principiantes de Marian Keyes. Los estoy releyendo y siguen apasionándome como el primer día. Gritando y riéndome cuando algo emocionante sucede, emocionándome cuando algo bonito ocurre. Será que sigo siendo, una adolescente enamorada.